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El día en que Cuba perdió el futuro

WILFREDO CANCIO ISLA / El Nuevo Herald


Cortesía FAMILIA ECHEVERRIA

JOSE ANTONIO Echeverría en La Habana, 1955. En septiembre de ese año el Directorio Revolucionario toma forma con un ideario moderno, nacionalista y vehementemente democrático. La historia cubana estuvo a las puertas de un alumbramiento promisorio 50 años atrás, muy diferente al curso totalitario que le imprimió Fidel Castro tras su llegada al poder en 1959. La especulación histórica es siempre riesgosa, pero cuando se trata de revisitar la fecha del 13 de marzo de 1957 no deja de ser tentadora. ¿Cuál sería el destino de Cuba si la acción armada contra el Palacio Presidencial de La Habana hubiera conseguido liquidar al dictador Fulgencio Batista y abrir una etapa de transformaciones democráticas en el país? ¿Había lugar para la revolución castrista tras el magnicidio del entonces hombre fuerte de Cuba? ¿Y quedaría espacio de liderazgo para Castro y sus seguidores si el líder estudiantil José Antonio Echeverría hubiera tomado las riendas de la renovación nacional? Al cumplirse cinco décadas de los trágicos sucesos del Palacio Presidencial, la ocupación de la emisora Radio Reloj y la posterior Masacre de Humboldt 7, quedan aún en pie las interrogantes y los sueños inconclusos de una generación de cubanos que apostó por el civismo y la vida constitucional en la isla. El programa del Directorio Revolucionario y los ideales democráticos de Echeverría terminaron diluidos en una avalancha revolucionaria que pronto torció sus promesas y derivó en una larga pesadilla autocrática, investida de socialismo. Todavía retumban en la memoria de muchos cubanos los latidos de aquella jornada heroica y sangrienta. Pocas acciones patrióticas del siglo XX cubano se conservan en el imaginario nacional con el aliento mítico de hombradía que fijó el ataque al Palacio Presidencial. Cincuenta jóvenes tomaron las armas con la confianza de que ajustarían cuentas a Batista en su propio despacho. El ex combatiente de la Guerra Civil española, Carlos Gutiérrez Menoyo, fue el responsable del plan militar, y Menelao Mora se encargó de coordinar la operación. Los asaltantes se desplazaron hacia allí en dos automóviles y una camioneta de la firma Fast Delivery, que aún se conserva como objeto museable en La Habana. Gutiérrez Menoyo encabezó el operativo y abrió paso a dos grupos de asalto que comandaban Faure Chomón y Ricardo Olmedo. El combate dentro del Palacio Presidencial fue cruento y la guarnición ofreció dura resistencia. Los combatientes que escalaron hasta el segundo piso de la edificación comprobaron que Batista se había escabullido por una escalera interior aledaña a su oficina. La balacera dejó 29 asaltantes muertos -- Menoyo y Mora entre ellos -- y los restantes, sin refuerzos ni municiones, lograron escapar y esconderse en refugios de la ciudad. Casi simultáneamente, a las 3:21 p.m., Echeverría entraba a la cabina de Radio Reloj para interrumpir la transmisión e iniciar su histórica alocución al pueblo de Cuba, dando a conocer la presunta muerte del dictador. La enardecida intervención fue cortada y el presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) salió de la emisora en una caravana de tres automóviles, rumbo a la Universidad de La Habana. Minutos después cayó abatido cuando enfrentó, pistola en mano, a un carro policial que casualmente se interpuso en el camino. En el suelo, un agente represivo lo remató con dos balazos en el pecho y uno en la cara. Lucy Echeverría, su hermana menor, recuerda aquella tarde con la nitidez de un acontecimiento que se repite hasta el infino en su memoria. Tenía entonces 17 años y vivía con su familia en la ciudad de Cárdenas, en la provincia de Matanzas. ''Nos empezaron a llamar a la casa para que pusiéramos Radio Reloj'', rememoró ella. 'Alguien nos informó que había un muerto de apellido Hechevarría, con `H', pero presentíamos que había sucedido algo terrible. . . después nos confirmaron la noticia desde La Habana''. En el exilio desde el 11 de diciembre de 1961, Echeverría evoca en esta conversación al hermano desparecido a los 24 años y remarca las diferencias irreconciliables entre el líder estudiantil y Castro, aún en los momentos de la alianza estratégica suscrita entre ambos el 31 de agosto de 1956 y conocida como la Carta de México.

¿Cómo fue su infancia junto a José Antonio?

Imagínate, era la niña mimada por tres hermanos varones en una típica familia cubana. Fue una infancia muy placentera, porque vivíamos frente al parque de Cárdenas y me pasaba el día jugando allí, protegida por mis hermanos. José Antonio, que era el mayor, tenía una relación muy especial conmigo. A él le gustaban mucho los deportes. Jugaba bien el baloncesto, pero no podía esforzarse al máximo por el asma, que con frecuencia lo dejaba sin aire y con los cachetes colorados. De ahí surgió años después el apodo de Manzanita.

¿Cuál fue la fuente que nutrió el espíritu rebelde y libertario de su hermano?

Crecí viendo a mi hermano enfrascado en defender a sus compañeros en la escuela cada vez que surgía una injusticia. Creo que él nació con esa cualidad, era un justiciero nato. Pero esa vocación de justicia se mezclaba con un carácter risueño y un profundo sentido de pertenencia familiar. Tocaba la guitarra, le gustaba cantar y era un pintor excepcional. Guardo varios de sus dibujos. Y tenía una fe religiosa muy honda, cobijada en el seno familiar. Mi hermano iba a misa casi a diario, rezaba, comulgaba y andaba siempre con dos rosarios en el bolsillo. Fueron justamente esas condiciones las que lo llevaron a liderar la FEU y el movimiento estudiantil cubano después del golpe de estado del 10 de marzo de 1952. ¿Estaban ustedes conscientes de que esa temeridad manifiesta podría poner en peligro su vida en cualquier momento? El golpe de estado de Batista transformó su vida. Sabíamos que él estaba decidido a todo. Desde el mismo 26 de noviembre de 1952, cuando se lanzó al terreno del estadio del Cerro para desafiar a la dictadura, su vida estaba en peligro. No fueron pocos los enfrentamientos y los golpes que cogió de la policía. El discurso de la Sociedad de Amigos de la República, en el Muelle de Luz, para rechazar las fraudulentas elecciones que se preparaban en 1955, fue un desafío frontal a Batista. Usted dice que presentía que su hermano estaba en ''algo grande''. ¿Tuvieron alguna idea de la acción del 13 de marzo? El le dijo a nuestro hermano Sinforiano que le pidiera a mamá que rezara mucho por él. Sinforiano le insistió en que si iba a haber alguna acción él quería sumarse. Pero él se negó y le argumentó que alguien tenía que quedar para cuidar a nuestros padres. Nuestro hermano Alfredo, el que le seguía a José Antonio, había muerto en un accidente automovilístico en 1956.

¿Estaba decidido a morir?

Absolutamente. Cuando salió de la toma de Radio Reloj le pidió al moro Asseff [uno de los asaltantes] que se subiera en el mismo carro con él y le dijo: ``Ven conmigo que me voy a morir''. Por eso se ha dicho que la muerte de Echeverría fue un acto suicida, cuando salió del automóvil, con un arma en la mano, para enfrentar al carro de la policía que les cerró el paso. Fue un acto desafiante, pero de un valor incalculable. Porque el tiro estaba sato y había que tener los. . . pantalones bien puestos para fajarse de frente con la policía. Yo creo que él no imaginó que los cuatro compañeros que lo acompañaban en el carro lo iban a dejar solo. Todavía hoy muchos antiguos miembros del Directorio y colaboradores de José Antonio mantienen distancia con la Carta de México, firmada con Castro. ¿Cómo recuerda usted ese momento histórico? Mi hermano sabía quién era Fidel Castro, un personaje frustrado que no logró nunca ser electo ni delegado de escuela. Cuando regresó de México, le dije: ''¿Qué has hecho, mi hermano?'' Me respondió que él había firmado con Dios y ahora con el Diablo, pero que no me preocupara, porque cuando el movimiento estudiantil triunfara habría que bajar a Fidel Castro a tiros de las lomas.

¿Cómo fueron las relaciones con Castro después del triunfo de la revolución?

El 8 de enero de 1959, antes de entrar triunfante en La Habana, Fidel Castro vino a nuestra casa en Cárdenas a darle un abrazo a mi madre. Le dijimos que en nuestra casa no había fiesta, sino dolor y pena. Llegó hasta el cuarto, se sentó, nos escribió una carta de respaldo y nos pidió que lo acompañáramos a La Habana para resolver los problemas que había con el Directorio, pues él con Faure Chomón no tenía nada que hablar. Fuimos juntos al cementerio y él hablo ante la tumba de mi hermano. Le prometimos que íbamos a ayudar a solucionar las dificultades, pero Fidel Castro ya tenía planeado el desenlace. Todo era una farsa.

¿Cuándo se produce el rompimiento definitivo entre la familia Echeverría y el proceso revolucionario?

Muy pronto, en la celebración del segundo aniversario del 13 de Marzo. Cuando leyeron el testamento político de mi hermano, le quitaron la referencia a Dios en el texto. Entonces mis padres, mi hermano Sinforiano y yo nos pusimos de pie y abandonamos el acto. Fidel Castro lanzó entonces sus improperios, asegurando que los que se marchaban, que éramos nosotros, no podrían detener la marcha de la revolución. Fue la única vez que mi madre participó en un acto público en su vida. A finales de 1962 toda nuestra familia estaba ya en el exilio. Por estos días Cuba ha lanzado una campaña de donación de objetos del movimiento estudiantil para festejar el 50 aniversario del acontecimiento. ¿Qué le parece? Una vergüenza. La casi totalidad de las pertenencias, documentos y fotos de José Antonio pudimos sacarlas de Cuba. Lo que quedó en mi casa, se lo robaron para establecer el Museo Casa Natal de José Antonio Echeverría. Como mismo se robó Fidel Castro la bandera del movimiento estudiantil universitario para que el fantasma de José Antonio no le cayera encima.

¿Regresaría a Cuba?

No pretendo regresar a Cuba a buscar nada. El día que el país retorne a una vida democrática, llevaremos las pertenencias de José Antonio a su tierra natal. ¿Cómo le gustaría que los cubanos del futuro miraran a José Antonio?

Como un hombre de ideales puros y un corazón que no le cabía en el pecho


Cortesia de Alberto Lopez

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