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EL ARRESTO QUE FALTA
Por Néstor Carbonell Cortina


El derecho internacional, que tiene más de política que de derecho, suele estar cuajado de inconsistencias y contradicciones. Éstas no se derivan de los postulados de su doctrina, sino de las paradojas de su práctica. Paradojas que alcanzan niveles inauditos en el caso de Fidel Castro -- protegido por quienes han sido agredidos; aupado por quienes han sido ultrajados.

Ningún tirano de esta era ha prolongado más que él su despotismo, ni ha exportado más que él su violencia, ni ha difundido más que él sus mentiras. Y, sin embargo, la ONU que consagra los derechos humanos, libra de cargos a este sátrapa pagano. La OEA que se funda en la libertad y la democracia, considera readmitirlo con toda su autocracia. La Iglesia que condiciona el favor de la indulgencia, parece perdonarlo sin confesión ni penitencia. La Cumbre de Iberoamérica que proclama la hermandad, abraza al fratricida que encarna la indignidad. Y Europa que a Pinochet le niega inmunidad, a Castro le concede la más amplia impunidad.

Nada de lo anterior debe sorprendernos, porque todavía hay quienes consideran a Castro como una víctima incomprendida, que puede ser reformada. Atribuyen el trágico impasse en Cuba, no al terco absolutismo del tirano, sino al embargo estadounidense y a la intransigencia del exilio cubano. Siempre hay una excusa o pretexto para justificar a Castro. Ante su récord de crímenes y desafueros, los jueces se inhiben, la memoria se nubla y la crítica se apaga. Exento de obligaciones y reglas, parece ser acreedor a un doble estandard.

Miles de cubanos -- jóvenes, niños y ancianos -- han muerto en el Golfo ahogados tratando de escapar del infierno comunista. Otros, en misión aérea de rescate, fueron derribados por el régimen terrorista. Y esto no estremece ni perturba a un mundo ruin, que sí se conmovió con los 400 alemanes que cayeron escalando el Muro de Berlín.

Más de 15,000 cubanos han sido fusilados o ultimados por los jenízaros de Castro, y cerca de un millón y medio han sido hostigados y forzados a expatriarse. Y, sin embargo, a Pinochet se le acusa de genocida, y a Castro se le exonera y se le da la bienvenida.

El "apartheid" en Sudáfrica provocó la repulsa y el embargo de la comunidad internacional. En cambio, el "apartheid" en Cuba, que le niega a los nativos los derechos y privilegios que les otorga a los extranjeros, no frena a los turistas, ni indigna a los moralistas, ni calla a los alabarderos.

Los bancos que en Suiza se apropiaron de los depósitos de las víctimas del nazismo, tendrán que indemnizar a sus herederos y expiar el vandalismo. Sin embargo, los extranjeros que en Cuba se apoderan de las propiedades robadas a las víctimas del castro-comunismo, continúan su saqueo con impúdico cinismo. Y en contubernio con Castro, y sin censura internacional, estos explotadores permiten que se les confisque a sus obreros cubanos cerca del noventa porciento de los sueldos en dólares que retiene el régimen inhumano.

Las Américas, con el apoyo de la OEA, le dieron un ultimátum a Somoza para que abandonara el gobierno. Y las Américas, bajo la égida de la ONU, destituyeron a Cedrás para que cesara su averno. Pero con Castro no hay impaciencia, y se le trata con deferencia. ¿Ultimátum? -- sólo el que él da a los bravos de la disidencia. La única invasión a Cuba que hoy existe, tan repulsiva como triste, es la de los que profanan la isla sin sonrojo, en busca de sexo y de despojos.

¿A qué se debe la pusilanimidad con Castro? ¿Qué motiva este doble estandard? ¿Será que la justicia se endurece con los dictadores de la diestra y se pliega complaciente con los de la siniestra? ¿Será que las mentiras de Castro, maquilladas y repetidas, pueden más que las verdades de sus opositores, deformadas y preteridas? ¿Será la envidia o el odio al Goliat norteamericano lo que sella el maridaje internacional con el tirano? ¿Será la demagogia, el oportunismo o el miedo a la subversión lo que incita a algunos líderes a pactar con el felón?

Son muchas y variadas las causas que explican la impunidad del malvado. Pero consecuencias sólo hay una: la agonía del pueblo secuestrado. Ésta, sin embargo, tendrá terminación; el tirano es de carne y hueso, y no tiene sucesión. Cuba, que luchó por medio siglo para lograr su emancipación, romperá tarde o temprano el dogal de esta humillación.

Poco podrá esperarse del derecho internacional, porque a Castro se le exime del proceso judicial. La solución no la dará ni el magistrado ni el fiscal; la darán los propios cubanos con un ímpetu final.

Y cuando caiga estrepitoso el régimen opresor, ¿qué dirán los que hoy resguardan al pérfido dictador? Dirán quizás que se ofuscaron, creyendo en el impostor. Pero no podrán negar que traicionaron la justicia y el honor.


FIN



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