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Organizacion Autentica

Largo Viaje Hacia la Libertad
Crónica de la masacre del remolcador «13 de Marzo»
Por Aleida Duran


 

La dantesca escena aún no había terminado. Todavía había ruido de motores, remolinos, gritos de angustia pidiendo auxilio, gente luchando con las aguas para no ser tragados por ellas. Pero lo peor había pasado. Los chorros de agua y los remolcadores se habían detenido y una lancha torpedera guardafronteras iniciaba las maniobras de rescate.

laquo;Me echaban la soga y cuando yo estaba a punto de cogerla, la retiraban y reían. Finalmente, logré atraparla y me izaron a bordo», relata Jorge Alberto Hernández Avila, de 33 años, uno de los sobrevivientes.

Eran las 9 de la mañana del día 13 de julio de 1994 a la salida de la bahía de La Habana. Cuarenta y una personas, entre ellas 23 niños acababan de morir en el remolcador 13 de Marzo, en una operación dirigida por funcionarios del gobierno cubano.

El 7 de marzo de 1995, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, reunida en Ginebra, aprobó la moción presentada por Estados Unidos condenando a Cuba por violación a los derechos humanos.

Dos meses después, el 2 de mayo, el gobierno de Estados Unidos anunciaba un acuerdo con el gobierno de Cuba para devolver a éste a quienes tratasen de huir de la isla. Siete días después, el 9 de mayo, una embarcación del Servicio de Guardacostas de este país entregaba a funcionarios del gobierno cubano las primeras 13 personas detenidas en alta mar.

La distancia entre La Habana y la Florida es de 90 millas y se cubre en 45 minutos, pero a Hernández, la meta, Estados Unidos, le costó 15 años, varios intentos de iniciar el viaje, dos arrestos y dos traumáticas experiencias. La primera de ellas, cuando vio morir en el remolcador 13 de Marzo a algunos de los que habían sido sus amigos.

Hernández es de quienes no se detiene hasta obtener lo que quiere. Y lo que más quiso desde su adolescencia fue llegar a Estados Unidos. A los 18 años fue uno de los miles de cubanos que en 1980 entraron en la Embajada de Perú en La Habana. Salió para acompañar a su casa a una mujer embarazada que se enfermó y, después, cuando trató de volver a entrar, ya no pudo. Asegura que hubo otros intentos de huir que no llegaron a iniciarse. Después trabajó durante 15 años en la Empresa de Navegación Mambisa, como conductor de una rastra que transportaba el avituallamiento para los barcos en los principales puertos de la isla.

El lunes 18 de abril de 1994, él y 12 amigos salieron en la rastra hacia Corralillo, Las Villas, transportando una lancha que habían contruído para huir de Cuba. La idea era bajar la embarcación y que otro amigo no involucrado en el viaje la regresara a La Habana. Pero a la orilla del mar el pesado vehículo se atascó y allí lo dejaron.

Ya en el mar, el motor de la lancha se averió y estuvieron dos días perdidos. Al regresar a tierra firme, se dispersaron. Los que quedaron en Las Villas fueron detenidos. Hernández se presentó el día 22 en su trabajo y aseguró que le habían robado la rastra.

La falta de coordinación entre los mandos en Cuba probablemente lo salvó de una larga prisión: las autoridades de La Habana no relacionaron a Hernández con la rastra encontrada en Las Villas al borde de la costa, ni con los hombres arrestados en esa provincia. Estuvo 11 días detenido, pero sólo lo despidieron del empleo por "no preservar bienes del estado".

De sus 15 años en la Empresa Mambisa, Hernández conocía a Fidencio Ramel Prieto, jefe de operaciones del puerto de La Habana. Se encontraron y después de algunos tanteos, Hernández supo que se planeaba una fuga con Raúl Muñoz, capitan el remolcador 13 de Marzo. Fue incluido en el pequeño grupo inicial de conspiradores.

Los pormenores de la huida de 72 personas, la persecución de las embarcaciones del gobierno, los potentes chorros de agua con mangueras de alta presión, fueron narrados ya por Contacto, que en su edición del mes de mayo de 1995 publicó una versión de la tragedia por el sobreviviente Sergio Perodín, quien había testificado ante un comité del Congreso de Estados Unidos en febrero de 1995, ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en marzo de ese año, y ante dos subcomisiones del Congreso de Venezuela en abril.

Hernández dice que la esposa de Perodín, Pilar Almanza, fue de las primeras en morir cuando una de las embarcaciones Polargo del gobierno, se subió por detrás al 13 de Marzo hundiéndolo hasta la mitad y atrapando a unas 30 personas en la bodega del remolcador.

Perodín había podido salir a flote con su hijo Sergio, aferrado a él. Janet Hernández, esposa de Modesto Almanza, un hermano de Pilar, cargó al otro hijo de Perodín, Yasser, de 11 años. Durante alrededor de 90 minutos las tres naves Polargo del gobierno cubano giraron a gran velocidad alrededor de quienes a duras penas se mantenían a flote: los remolinos que provocaban, succionaban a personas y objetos en la superficie marítima, mientras que los chorros de agua lanzados con mangueras de alta presión derribaban, sobre todo, a niños y mujeres.

"De pronto, el hijito de Perodín fue arrancado de los brazos de su tía y desapareció en el agua. Ella se quedó con un zapatico del niño en la mano", cuenta Hernández. Janet, quien sobrevivió con su esposo, es una mujer decidida. Fue ella quien más tarde, en La Habana, se puso en contacto con Marilyn Espósito y Nelson Torres, dos opositores del régimen, quienes propiciaron que ella narrara la odisea. Su narración grabada fue el primer testimonio que pudo ser sacado de Cuba.

De acuerdo con el relato que Jorge Hernández refirió a Contacto, él vio cómo la gente moría a su alrededor. Eran hombres, mujeres y niños que pocas horas antes tenían la esperanza de alcanzar la libertad en las costas de la Florida. Uno de aquéllos a quienes vio morir fue a Ramel Prieto. Entre los muertos figuraron tambien Muñoz García, su novia y la familia de ella.

"Otros estaban a punto de ahogarse. Como yo había sido salvavidas en Cuba, ayudé a algunos. Le tiré mi salvavidas al escultor Gustavo Barzaga del Pino. Más tarde, cuando los dos estábamos en Guantánamo, él hizo una escultura representando el hundimiento del 13 de Marzo", dice Hernández.

Aparentemente, los funcionarios del gobierno cubano suspendieron el hostigamiento cuando se percataron de que los tripulantes de un barco de bandera griega que estaba tratando de entrar en la bahía, observaban la escena a sólo unos 800 metros de distancia.

Una lancha torpedera guardafrontera que había seguido al 13 de Marzo desde el principio y cuyos oficiales habían observado impávidos la masacre, se acercó entonces. Al igual que los demás hombres del grupo, Hernández estuvo detenido alrededor de 20 días en Villa Maristas, sede de la Seguridad del Estado.

"Decían que había sido un accidente provocado por nosotros y que pagaríamos por los muertos. Como a muchos otros, querían obligarme a declarar que había sido un accidente. Me traían los periódicos en los que aparecían declaraciones de otros supervivientes. Después de 22 días se dieron cuenta de que no me convencerían y me soltaron", cuenta.

Le advirtieron que no podría salir de la provincia, reunirse con grupos opositores, ni participar en fiestas, ya fuera en su casa o fuera de ella. También debía reportarse periódicamente a Seguridad del Estado.

El 29 de agosto de ese mismo año salía de Cuba en una balsa junto con varios familiares. El 3 de septiembre fueron recogidos por guardacostas norteamericanos y conducidos a la base naval de Guantánamo, en donde Hernández vivió junto con otros 30,000 cubanos, la segunda gran odisea de su vida. A mediados de marzo, 15 años después de su primer intento por alcanzar la libertad, Jorge Alberto Hernández pisaba finalmente tierra de la Florida, con su hermano Ernesto, de 30 años, y su sobrino Jorge Luis Barrios, de 17.

En virtud del acuerdo Estados Unidos-Cuba, para otros miles de cubanos quizás las costas de la Florida se han alejado hasta un punto inalcanzable.


FIN


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